No es probablemente la ciudad más bonita de Asturias. O sí. Desde luego, para mí lo es. Porque ninguna sabe llevar con tanto encanto una vida bajo el humo de una fábrica que da y quita vida. No necesita playa, aunque la tiene, ni una catedral majestuosa, que no. Sólo le hace falta el ambiente de sus calles, la sidra golpeando el suelo y la riqueza de sus gentes. Sólo le hace falta seguir siendo Avilés.